jueves, 25 de abril de 2024

Cosas que perdimos I: la duración de la misa

 


Es notable la rapidez con la que las sociedades pierden la memoria y, por eso, es notable también como en la Iglesia perdimos la memoria de cómo “eran las cosas” hasta hace pocas décadas. Un ejemplo que todos entenderán: en la actualidad, salvo excepciones, se considera que un fiel que asiste a la misa tradicional es particularmente tradicionalista cuando es capaz de responder con voz clara y distinta a lo que dice el sacerdote (salmo Iudica, confíteor, Dominus vobiscum, etc). Lo cierto es que esa es una práctica que comenzó en la década de 1940 y fue adoptada por el progresismo más acérrimo, que la denominó "misa dialogada". Y así, los fieles que respondían en voz alta al sacerdote eran considerados muy de avanzada y solían causar escándalo a los demás. Lo normal era que se siguiera la misa en los misalitos (que comenzaron a existir a fines del siglo XIX) sin responder nada. El único que respondía al sacerdote era el monaguillo.

La semana pasada surgieron en el blog varios comentarios acerca de la homilía y la duración de la misa. Los sacerdotes están obligados a predicar los domingos y fiestas de precepto (canon 1344 / canon 767.2). Sin embargo, la legislación de la Iglesia no obliga ni recomienda predicar los días de semana, y tampoco se expide acerca de la duración de las homilías. Últimamente, hubo recomendaciones de Benedicto XVI y de Francisco proponiendo que no superen los 8 minutos. Pero, ¿qué hay sobre la duración de la misa?

El inefable Escrivá de Balaguer dice en su libro Camino: “La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto”. Y yo me animo a corregirlo: “La Misa es larga, dices, y añado yo: eres una persona sensata”. La misa no es primariamente un acto devocional del sacerdote ni tampoco de los fieles. Es el rito con el cual se rinde culto público a Dios y, porque es un rito, todas sus palabras, movimientos y ritmos están normados. A veces se piensa que cuanto más lentamente diga el sacerdote las palabras de la misa, más devoto es. Y es falso. O se piensa que cuanto más tiempo tenga la Sagrada Hostia elevada luego de la consagración más pío y santo es, y es falso. El misal romano promulgado por San Pío V dice: “…statim Hostiam consecratam, genuflexus adorat: surgit, ostendit populo, reponit super Corporale…”. Es decir: “Inmediatamente después [de la consagración], hace genuflexión para adorar a la Hostia consagrada, se levanta, la muestra al pueblo, y la vuelve a colocar sobre el corporal…”. Se trata de mostrar la Hostia, y el Cáliz, al pueblo, y no de hacer una adoración al Santísimo, ni de arrobarse en alta contemplación. Si el sacerdote es particularmente devoto de la eucaristía, podrá quedarse después de misa en arrobándose todo el tiempo que quiera frente al sagrario, pero cuando celebra la misa, celebra un rito y, consecuentemente, debe hacer lo que está prescrito en ese rito y no lo que su devoción le indica.

Y todo esto viene a cuento por la duración de la misa, sobre o cual nada se dice en el Código de Derecho Canónico, pero sí fue dicho y estipulado por los santos y doctores. San Alfonso María de Ligorio, en su libro Misa y oficios atropellados, que pueden consultar aquí y bajar desde aquí, dice en la p. 37-38 lo siguiente: “[…] el cardenal Lambertini [futuro Papa Benedicto XIV] concluye, según general opinión de los demás autores, que no debe durar la misa más de media hora, ni menos de veinte minutos; porque, dice, no puede celebrarse con la reverencia debida en menos de veinte minutos, y se emplea en ella más de media hora, podría aburrir a los que la oyen”, y continúa citando las reglas de varias órdenes y congregaciones religiosas que dicen lo mismo: la misa debe durar media hora.  ¡Qué buenos pastores eran esos que se preocupaban porque los fieles no se aburrieran en la misa! Ahora resulta que el aburrimiento es “amor corto” o falta de devoción. O, peor aún, hay curas que creen que cuanto más se aburran los fieles en misa mejor es, porque eso ayuda a su santificación. 

Por supuesto, San Alfonso se refiere a la misa rezada y en la que no hay comunión de los fieles. La misa cantada o la misa solemne tendrán, obviamente, una duración mayor. Y si, como sucede desde principio del siglo XX, hay comunión de los fieles todos los días, la misa se extenderá más tiempo según sea la cantidad de fieles que se acerque a comulgar.

Debemos tener en cuenta, además, que en la Cristiandad la práctica religiosa regía todo el obrar humano y se iba adaptando a las circunstancias de cada sociedad. Muchas actividades litúrgicas estaban pensadas para monasterios, catedrales o iglesias con canónigos. Las parroquias eran meras capillas rurales, en las que habían pocos sacerdotes y, por ende, pocos ministros. Por este motivo, Benedicto XIII (1394-1403) había creado el Memoriale Rituum, que regía 6 grandes celebraciones para “iglesias menores”: Candelaria, Cenizas, Ramos y el Triduo pascual. Es decir, pensando en la falta de clérigos, se adaptaban los grandes ritos. Y así la misa baja, o misa rezada, es la misa solemne si ministros, y por eso el Evangelio se lee en diagonal del lado del evangelio que es lo más “al norte” que se puede poner el misal sin que se caiga del altar.

Otra cuestión que influía profundamente en el momento de la celebración de la misa era el ayuno. Desde la época de los primeros Padres, todas las Iglesias cristianas ordenaban que debía guardarse el ayuno para recibir la eucaristía desde la medianoche anterior. Fue con motivo de la Segunda Guerra Mundial que Pío XII permitió que los soldados y capellanes militares en el campo de batalla, pudieran acortar este tiempo de ayuno. Luego, por presión de los progresistas, este permiso se redujo a tres horas para toda la Iglesia y, finalmente, a una hora, que es lo que dispone la legislación actual y que, en la práctica, significa la desaparición del ayuno. Este era uno de los motivos por los cuales las misas hasta mediados del siglo XX se celebraban en horas mucho más tempranas de lo que ocurre en la actualidad. 

Lo que ocurrió con el ayuno es la prueba de cómo se hizo la reforma litúrgica: de una excepción por un motivo real (la "misa dialogada" comenzó como una excepción otorgada por Pío XII), se hace una ley universal. El argumento que utiliza el progresismo es si se puede una vez, se puede siempre, y dirán que favorece a la devoción. En vez de instar a que el fiel (y el sacerdote) frene un poco su aceleración mundana moderna y se adentre en el Sacrificio de la Misa con una penitencia que cuesta, pero que purifica y "espiritualiza", se adapta el ayuno a los gustos y facilidades del mundo moderno,  y entonces sacerdotes y fieles viven al ritmo de esa aceleración y en ese espíritu moderno van a misa. Y el sayo nos cabe a todos. ¿Cuántos son los católicos que guardan la abstinencia de carne todos los viernes del año? En Argentina, al menos, son pocos, muy pocos. Ni siquiera en los ámbitos para tradicionalistas. 

martes, 23 de abril de 2024

Campaña internacional por la plena libertad de la liturgia tradicional

 




Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, dominica III post Pascha.



Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la "experiencia de la tradición", dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.


Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París



El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.


[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]


lunes, 22 de abril de 2024

África y el tercio de bloqueo en el próximo cónclave

 





Debemos pensar que el Sínodo será instrumentalizado por quienes, bajo el pretexto de escucharse unos a otros y de “conversar en el Espíritu”, sirven a una agenda mundana de reforma. Todo sucesor de los apóstoles debe tener el valor de tomarse en serio las palabras de Jesús: “Que vuestro discurso sea: 'Sí, sí', 'No, no'; lo más es del Maligno…".

” (Mt 5,37).

Cardenal Robert Sarah, a los obispos de Camerún, 9 de abril de 2024.



El cónclave se acerca junto con la muerte de Bergoglio. Será en meses o en muy pocos años, pero será pronto. Y todos en Roma y en las curias episcopales del mundo entero se preparan para la elección del próximo Papa que será crucial para el futuro de la Iglesia. En caso de que fuera elegido un continuador de la obra de Francisco, es decir, empeñado en dejar tierra arrasada, la Iglesia entrará en un estado de postración del que ya no podrá recuperarse. 

Todos sabemos que Dios actúa, y mucho más actúa en su Iglesia; le dejamos a Él entonces esos menesteres. Sin embargo, nosotros tenemos todo el derecho de utilizar la razón para anticipar lo que puede ocurrir, y los protagonistas del cónclave tienen el deber de hacer todo lo humanamente posible para que no ocurra la catástrofe. Y es que la catástrofe pareciera inevitable porque así lo dicen los números. Al día de hoy, hay 127 cardenales electores, de los cuales 92 han sido creados por Francisco. Debido a que la elección del Papa exige los dos tercios de los votos —en este caso 85 votos—, una lógica simplista diría que está asegurada la elección de un bergogliano. Pero las cosas no son tan simples por muchos motivos, y uno de ellos es que el bergoglianismo morirá con la muerte de Bergoglio: “Muerto el perro se acabó la rabia”. El cadáver de Francisco liberará a muchos obispos y cardenales del terror de verse expulsados de sus sedes o despojados de sus capelos. 

Tal como ocurre en cualquier otro sistema electivo de las mismas características, un tercio de los cardenales, es decir 43, constituyen el “tercio de bloqueo”. Es decir, los bergoglianos necesitarían superar los 85 votos para tener un Papa de ellos, lo que equivale a decir que si no lo consiguen, es el tercio de bloqueo el que tendrá la llave para determinar quién es el próximo pontífice. 

Hablando hace pocas semanas con un respetadísimo intelectual y conocedor no sólo del mundo vaticano sino de la historia de la Iglesia, me hacía notar que ese tercio de bloqueo estaría “casi” completado. Se refería, claro, a cardenales que en términos generales podríamos denominar “conservadores”, algunos conocidos y otros no tanto. Pero esta conversación ocurría antes del viaje del cardenal Sarah a África, donde se encuentra desde hace varios días y seguirá allí algunas semanas más, visitando varios países, ordenando sacerdotes y reuniéndose con obispos. Las palabras del epígrafe son representativas del tono del discurso que Sarah está teniendo en esas tierras. Y creo que nadie —probablemente ni siquiera él— esperaba que algún día hubiera debido hablar con semejante franqueza. Destaco el siguiente párrafo:

Queridos hermanos obispos de Camerún, con vuestra valiente y profética declaración del 21 de diciembre sobre el tema de la homosexualidad y la bendición de las “parejas del mismo sexo”, recordando la doctrina católica sobre esta cuestión, habéis prestado un gran y profundo servicio a la unidad de la Iglesia. Habéis realizado una obra de caridad pastoral recordando la verdad. […]

Algunos en Occidente han querido hacer creer que ustedes han actuado en nombre de un particularismo cultural africano. ¡Es falso y ridículo atribuirle tales intenciones! Algunos han afirmado, en una lógica de neocolonialismo intelectual, que los africanos no estaban “todavía” preparados para bendecir a las parejas del mismo sexo por razones culturales. Como si Occidente estuviera más adelantado que los atrasados africanos. Ustedes hablaron en nombre de toda la Iglesia “en nombre de la verdad del Evangelio, de la dignidad humana y de la salvación de toda la humanidad en Jesucristo”. […]

Pero nosotros, sucesores de los apóstoles, no fuimos ordenados para promover y defender nuestras culturas, ¡sino la unidad universal de la fe!

El cardenal Sarah no solamente está defendiendo de un modo embravecido la verdad de la fe católica frente a los ataques que recibe de quienes debieran defenderla —el cardenal Tucho Fernández (detestado por toda la Curia romana) y el mismo Francisco—, sino que está apelando a la responsabilidad y hasta al orgullo bien merecido de los obispos africanos. Y digo bien merecido porque muchos de los grandes doctores y defensores de la fe fueron africanos: San Agustín era de raza bereber; San Atanasio era egipcio; San Cipriano era magrebí, como también lo fueron Santa Perpetua y Santa Felicitas, y tantísimos otros santos y mártires africanos. 

En la actualidad hay 29 cardenales africanos, 17 de los cuales son electores. Algunos de ellos ya están incluidos en el tercio de bloqueo pero otros no lo están. Sin embargo, luego de esta campaña de “Sí, sí; no, no” del cardenal Sarah, convertido en líder indiscutible de los católicos africanos, ¿no se sumarán varios más? Y más aún, ¿no se sumarán a los africanos algunos cardenales de países “periféricos” que se identifican con ellos? Si así fuera, el tercio se alcanzaría fácil y sobradamente. 

Sin embargo, y aún cuando ese tercio lograra formarse, son necesarias dos condiciones: que ese grupo tenga un liderazgo definido, es decir, un cardenal que los aglutine y que defina las estrategias; una especie de cardenal Pietro Gasparri, hacedor de dos papas (Benedicto XV y Pío XI) pero de afiliación conservadora. Y ese tercio será presionados sobre todo con la aparente necesidad de no dar al mundo la imagen de una Iglesia dividida, para el cual el nuevo Papa debería ser elegido en dos o tres días. Es decir, a ese tercio de cardenales les debe importar un rábano lo que piense el mundo, y deben estar dispuestos, a todo o nada, a bloquear en el sentido más propio del término cualquier elección que no sea de un cardenal católico. Y esto significa no ya solamente no elegir a un bergogliano sino tampoco a elegir a un candidato de compromiso, como ha ocurrido tantas veces en la historia de la Iglesia, y así nos fue. Y eso significa un cónclave largo. 

Eminencias, ustedes tienen la llave del cónclave. No la entreguen. No importa que deban estar allí reunidos y debatiendo durante semanas o durante meses. Mucho se jugará en esos días; nada menos que el futuro de la Iglesia. No cedan. Los fieles, del otro lado de las puertas, rezaremos por ustedes y esperamos de ustedes la valentía y el arrojo de los buenos pastores que dan la vida por sus ovejas. 

jueves, 18 de abril de 2024

Sacerdotes ad nauseam

 


[Hace ya casi un años, como respuesta a un artículo que yo había escrito, recibí un mail de un lector italiano en el que desarrolla una larga reflexión sobre ese escrito. Me pareció interesante publicarlo para continuar con la discusión, pero el tiempo fue pasando y terminé olvidando ese mail. Al releerlo, me doy cuenta que vale la pena pensarlo en lo que dice. Estoy en desacuerdo con varias de sus afirmaciones, que me parecen un poco extremas. Sin embargo, reconozco que sus argumentos son interesantes, y que merecen ser considerados y discutidos].


Gentilísimo Wanderer,

Soy un ávido lector de su blog. Aprecio enormemente su libertad de criterio que le permite no adoptar nunca posiciones prejuiciosas o partidistas.

Sin embargo, he leído su último artículo “La militancia y los conservadores” y, esta vez, debo discrepar.

Nuestra pobre Iglesia está desgarrada por facciones aparentemente opuestas pero en realidad unidas para negar la legítima libertad de los fieles católicos.

1. Por un lado está el actual Papa Francisco y su catolicismo main stream. Para ellos, el enemigo número uno a derrocar es el clericalismo. Sin embargo, no se trata de clericalismo en el sentido clásico, sino de algo muy distinto y particular. Para el Papa Francisco, el clericalismo es una “cultura de la santidad” desbalanceada hacia las obras, lo que él llama “mundanidad espiritual”. Se trata de una especie de pelagianismo eclesial que sólo existe en su cabeza y en la serie de televisión de Sorrentino. El Papa y sus compinches han aplicado esta etiqueta a todo aquel que en la Iglesia predica la así llamada “lucha ascética”, el “combate espiritual”, o que considera el apostolado como un deber. Todas estas cosas para el Papa Francisco son necesariamente fruto de la ideología, la dureza de corazón, el formalismo y el fanatismo. El Papa no concede a quienes profesan estas principios ni siquiera el beneficio de la duda sobre su humildad y sinceridad

2. En el otro lado están los llamados “progresistas”, convencidos de que la Iglesia debe adaptarse a los nuevos tiempos, sobre todo desde el punto de vista ético. Están ingenuamente convencidos de que bajando el listón muchas ovejas estarían dispuestas a volver al redil. A ninguno de ellos se les ocurre la idea de que la gente hoy no va a la Iglesia no porque ésta sea demasiado rígida, sino simplemente porque no tiene nada que dar. Además, están convencidos de que el “poder de los sacerdotes” debe repartirse de varias maneras: ordenando mujeres sacerdotes, eliminando el celibato sacerdotal, promoviendo la participación de los laicos en las decisiones parroquiales, etc. En definitiva, para ellos la solución es 'clericalizar' a los laicos promoviéndolos a la condición de “medio sacerdotes”.

3. Por último, están los amantes de la tradición. Para ellos, todo el mal viene del Concilio Vaticano II, del Papa Francisco, del nuevo orden mundial y del nuevo rito de la misa. Están convencidos de que reseteando todo y volviendo las manecillas de la historia a 1950 se solucionaría todo. Un verdadero cuento de hadas.

¿Qué tienen en común estas tres corrientes culturales? Sencillo: la idea de que si todo el mundo hiciera lo que ellos quieren, entonces sí todo iría bien. ¡Menuda sarta de tonterías!

Este razonamiento es verdaderamente pelagiano y clerical y esconde una idea verdaderamente anticristiana de la Iglesia, la idea de que a la Iglesia la salvan los sacerdotes o los ‘semisacerdotes', y no a Nuestro Señor.

Sacerdotes 'misericordiosos' a lo Papa Francisco, sacerdotes 'progresistas' con su procesión de mujeres sacerdotisas, sacerdotes casados y laicos promovidos al diaconado, o finalmente sacerdotes que respetan la tradición y aman el decoro litúrgico.

En definitiva, curas, curas y siempre curas. Sacerdotes ad nauseam.

En cualquiera de estas ideas de Iglesia no cabe la posibilidad de que el Espíritu Santo pueda actuar a través de los fieles comunes y de su legítima libertad de conciencia para renovar el mundo. ¡Qué Iglesia más risible!

¿Es tan difícil a estas alturas comprender que los obispos y sacerdotes deben dar un paso atrás respecto a la vida religiosa de la gente común?

¿Tan difícil es comprender que no se trata de implicar a los laicos en el gobierno de las parroquias o de las diócesis? No se trata de establecer “ministerios” abiertos también a los laicos. Mucho menos se trata de cambiar nada en la doctrina o en los sacramentos o de volver a los viejos tiempos. Se trata sólo de “dejar hacer”, de dejar que los laicos vivan su fe responsabilizándose de ser auténticos testigos de ella ante sus semejantes, declinándola libremente en la concreción de sus vidas.

        La Iglesia, como buena madre, sólo debe desear que sus hijos sean autónomos, que vivan su propia vida, limitándose a proporcionarles valores de referencia, la gracia de los sacramentos y consejos adecuados.

Qué difícil es, sin embargo, para obispos y sacerdotes “darse por vencidos”, qué difícil es para ellos comprender que la evangelización es una vida que escapa a sus bellos pero inútiles planes pastorales. No se puede reducir el mundo a una parroquia.

    Sí; este cambio de perspectiva es realmente difícil, y sinceramente no tengo ninguna esperanza de que se produzca.

Pero, afortunadamente, la Providencia se ocupa de ello. La reforma de la Iglesia está en marcha a pesar del Papa, de los obispos, de los sacerdotes y de los llamados laicos “comprometidos”. La Historia sigue su curso. Amén

Así, por ejemplo, gracias al Papa Francisco el atractivo de la jerarquía se está derrumbando por completo.

Y lo que es aún más interesante, es que ahora hay muchos católicos que ya no pueden “besar el anillo” de un hombre como ellos. Es el fin de la jerarquía como poder. La historia está bajando al clero del pedestal en el que se había subido. Amén

Una última cosa. A los queridos clérigos me gustaría decirles: “Si dejarais de intentar dirigir nuestra vida espiritual, os amaríamos aún más. No tengáis miedo, nadie quiere negar vuestro papel de defensores de la verdad revelada, administradores de los sacramentos y consejeros autorizados, simplemente no queremos delegar nuestra vida espiritual en nadie, ni siquiera en vosotros. Sólo queremos venir a la parroquia para la Misa, la confesión, los demás sacramentos y para buscar consejo. Nada más. Para el resto, cada uno en su casa. Y una última cosa: considerad muy seriamente la posibilidad de suprimir las homilías. Se han convertido en una de las principales razones por las que la gente ya no asiste a misa”.

En conclusión, el Papa Francisco no es la causa de los males de la Iglesia y tampoco lo son los católicos que usted llama “militantes”, o los progresistas, o los que aman el Vetus Ordo. Todos ellos no son más que el resultado de una Iglesia autorreferencial y cerrada sobre sí misma.

Afortunadamente ninguno de estos dirige la historia. Y la barca de Pedro la dirige el Señor. Así que veremos cosas buenas. El Señor siempre nos sorprende y rompe moldes.

Con estima,


Bruno Iadaresta

lunes, 15 de abril de 2024

Francisco y el peronismo global


 

por Demóstenes


A quien no vive en Argentina le resulta difícil comprender el fenómeno del peronismo. Para facilitar la tarea, lo asimila a otra realidad conocida: socialismo, democracia cristiana, movimiento progresista o alguna variante no bien definida de populismo. Por otra parte, es algo bastante generalizado tratar de peronista al Papa actual. La conclusión parece sencilla: se espera del Papa una conducta propia de socialistas, populistas, etc.

    Sin embargo, cuando llega el momento de enfrentarse a las acciones papales concretas, los moldes provenientes de otros países resultan inadecuados. No se acierta en los hechos, ni en las motivaciones. 

    Es que el peronismo es un fenómeno propiamente argentino, que no se identifica con realidades de otros países. No se trata de un movimiento/partido que se funde en un desarrollo conceptual, sino más bien de una simple herramienta de poder. Una estructura de acceso, uso, conservación y acrecentamiento de poder. Hay peronistas de izquierda, de derecha y de centro. Los hay conservadores y los hay revolucionarios. Todos tienen sus razones para considerarse peronistas, apoyándose en momentos de la vida de Perón o de la historia del movimiento o partido justicialista. 

    Difícil es encontrar elementos comunes a todos los que se dicen peronistas. Hay aspectos que son propios de muchos peronistas, como la protección de los obreros, la animadversión respecto de Estados Unidos, el deseo de favorecer al pobre, la tendencia al estatismo, etc. No obstante, pondremos el acento en ciertos componentes que no hacen a la faceta conceptual-afectiva peronista, sino a la realidad de su funcionamiento en casi todas sus vertientes. Los elementos son los siguientes: 1. Primacía del poder. 2. Incomodidad con la excelencia. 3. Prioridad de la táctica sobre la estrategia. Está claro que se trata de una simplificación y generalización que no pretende agotar toda la realidad del peronismo. 

    El Pontífice actual logra conjugar en su persona al porteño vivo, al jesuita sinuoso y al peronista voraz. En este escrito nos ceñiremos a su faz peronista. Nada se dirá de otros aspectos de la personalidad papal, como la intrincada psicología, el itinerario formativo, las limitaciones académicas, las estrategias repetidas –de eficacia declinante– o la simpatía por los transgresores (incluyendo, paradójicamente, a la FSSPX). 

Veamos el reflejo de las características indicadas en la personalidad del Papa Francisco.


1. Primacía del poder

En este aspecto la trayectoria del actual Papa es lineal. La mayoría de sus actos llevan a obtener, usar, conservar o incrementar el poder.

    Hay que recalcar esto, porque muchas veces se pone el acento en ciertas contradicciones conceptuales en las que incurre. En otras personas, esto podría significar desgarramientos internos profundos o traiciones calculadas. Sin embargo, en el caso de Bergoglio, la contradicción teórica no tiene mayor importancia. Hoy puede decir algo y dentro de un tiempo sostener, sin mayor dificultad, una idea incompatible con lo dicho anteriormente, en la medida que todo esté vinculado a un objetivo único. Al desarrollo de ideas e ideales masónicos, le puede seguir la condena a los masones y, más tarde, la permisión del diálogo cercano con ellos. A la crítica a ciertos “zurdos” (recordemos lo que dijo con motivo del caso ocurrido Osorno, Chile), le sucede el favor y simpatía a múltiples personalidades de izquierda. En realidad, para quien prioriza los objetivos prácticos, esa contradicción es aparente. Para Francisco, lo que importa no son las ideas, sino las decisiones y las acciones. No es un teórico, sino un político. Se aplica aquí uno de sus famosos aforismos: “La realidad es superior a la idea”. “La única verdad es la realidad”, decía Perón. 

    Desde esta lógica también se entiende el derecho, que se convierte en un simple instrumento en manos de quien ejerce el poder. Y esta visión explica ciertas conductas que son irritantes para un jurista o que responden a concepciones jurídicas contrarias: Por ejemplo, cambiar las reglas procesales en el medio de un juicio (recordemos lo ocurrido durante el juicio al cardenal Becciu); defender, según sea el imputado, la prescriptibilidad o imprescriptibilidad de ciertas acciones penales; recibir o nombrar jueces garantistas a la vez que se restringe el derecho de defensa para ciertos acusados. Aquí también prima el resultado práctico. Las normas jurídicas deben ser invocadas cuando se busca un objetivo concreto. Si si lo deseado no se logra desde el derecho, se apelará a la misericordia o se actuará como si la norma no existiera. En lo judicial, se buscará neutralizar la riesgosa independencia de los tribunales reduciendo su actuación real al mínimo, salvo que el resultado querido tenga cierta garantía. El derecho, en síntesis, no puede convertirse en un obstáculo, puesto que es una herramienta de poder. A punto tal de vehiculizar la venganza. Como Perón decía, “al enemigo, ni justicia”.

    Toda organización intermedia fuerte también es una barrera para quien ejercer el poder supremo. Una asociación católica —en sentido lato— floreciente, toma sus decisiones internas con relativa autonomía, por lo que, en la vida diaria, tiene sobre sus miembros una influencia superior a la del mismo Papa. Por ello, cuando el alineamiento de las autoridades de las organizaciones eclesiales con el poder vaticano es débil, la actuación diaria se convierte, de hecho, en un límite a la voluntad papal. En este contexto, las intervenciones institucionales (visitas fraternas a obispos, comisariamientos a congregaciones religiosas o movimientos laicales, etc.), son un importante modo de terminar con esa resistencia. Las decisiones papales no deben pasar por el filtro de los mandos medios. Quien todavía no ha sido comisariado, se someterá, por temor, a las indicaciones de quien detenta el poder. En la misma línea debe entenderse la facultad de deponer obispos y el rechazo de los liderazgos vitalicios de los directivos de asociaciones católicas.

    También dentro de la estructura eclesiástica, los cargos inferiores deben contar con la menor autoridad posible. La escisión entre la autoridad formal y el poder real en los mandos medios va en esa línea. Un jefe de dicasterio puede ser una figura meramente decorativa, porque el contacto directo con el Papa lo tiene un subordinado del dicasterio y no el prefecto. Ese subordinado controla a su jefe, quien pasa a encontrarse en una situación incómoda. El resultado práctico es que las autoridades infrapapales tienden a decidir menos, a ejecutar las resoluciones papales o a llevar adelante solamente las políticas que saben con certeza que cuentan con la conformidad superior.

    Los procedimientos también otorgan a la organización un manejo de la situación que puede ser frustrante para quien ejercer el poder supremo. Si un Papa debe elegir a un obispo entre una terna de nombres que recibe de las nunciaturas, se convierte en un rehén de la estructura. Algo similar ocurre con las beatificaciones y canonizaciones. Por tanto, dejar de lado procedimientos, signos externos de autoridad o protocolos y ceremoniales, es mostrar que quien detenta el poder a nada se somete. Y esto se disfraza de eficacia, liberación de signos del pasado o prescindencia de formas inútiles.

    Lo mismo puede decirse respecto de la recompensa por méritos. No hay sedes cardenalicias, pues estas condicionarían la elección papal. Un beneficio que se recibe del Papa no debe fundamentarse en un derecho; por el contrario, su origen radica en la voluntad  del soberano. Mientras más excéntrica es la decisión, mayor es la deuda que el elegido tendrá con el Papa.

    Además, ninguna situación es definitiva. El que hoy es ascendido a cardenal, prontamente puede ser excluido del colegio cardenalicio. Todo es provisorio. El miedo continuo a perder sorpresivamente los beneficios es una gran herramienta de sometimiento. 

    Cuando la cuestión es difícil o complicada, se transfiere la responsabilidad a realidades u órganos impersonales. Un primer ejemplo es la insistencia de Francisco en manifestar que la política que lleva adelante se limita a seguir lo decidido por los cardenales durante el cónclave. Las comisiones designadas con posterioridad, le permiten adoptar o postergar una decisión, trasladando el costo político a una realidad impersonal. Con un beneficio adicional: adquiere fama de democrático y de directivo que tiene la sabiduría de actuar aconsejado por expertos.


2. Incomodidad con la excelencia

La segunda característica es la incomodidad con la excelencia. En Francisco, no hay desprecio al dinero ni deseo de austeridad. Lo que hay, es una resistencia o incomodidad respecto de todo lo que sea calidad. 

    Las aplicaciones son varias. Vive en Santa Marta, porque se sentiría incómodo en un apartamento vaticano espacioso; además, no quiere que se lo aísle, lo que implicaría una pérdida de poder (de paso, es un ámbito adecuado para los pedidos informales al Soberano, realizados informalmente en ese ámbito). Su liturgia es low cost. Usa ornamentos litúrgicos feos, porque con ellos se siente a gusto. Las estolas de calidad son pesadas e incómodas. Sus zapatos viejos son confortables, mientras que los nuevos ajustan. No concurrió al concierto que prepararon en su honor, porque no le gusta escuchar ese tipo de música. 

    Aunque se trate de promocionar que son muestras de austeridad, queda claro que no se trata de un  problema de dinero. Si el criterio general fuera la austeridad, se proyectaría en el resto de las decisiones. Sin embargo, no hay dificultad económica para llevar a Roma a músicos latinoamericanos de baja calidad o conferencistas mediocres. Tampoco hay problema de dinero cuando se trata de los enormes gastos de las Jornadas Mundiales de la Juventud o de las múltiples reuniones de todo tipo que se realizan en el Vaticano. 

    Pero debe maquillarse. Vivir en Santa Marta se explica como un ejemplo de austeridad o como un medio para el equilibrio psicológico. Toda su vestimenta —incluyendo la litúrgica—, como una manifestación de sencillez y pobreza. Su negativa a asistir al concierto, se muestra como un rechazo a la pompa renacentista.

    Adicionalmente, su modo de actuar es una demostración de que el logro de objetivos importantes no precisa de instrumentos de calidad. Puede llevarse a cabo un cambio relevante en la disciplina o en la liturgia de la Iglesia con un texto sin profundidad teológica. Más aún, no deja de ser una muestra de poder que graves intelectuales realicen sesudos análisis sobre documentos mediocres. Un triunfo oficial de lo vulgar.


3. Prioridad de la táctica sobre la estrategia

O, lo que es lo mismo, anteponer el corto al largo plazo. La vida es corta. El largo plazo queda muy lejos y las decisiones cuyos efectos verdaderamente influyen en la intensidad del poder y popularidad de un gobernante que asume su cargo con edad avanzada, son las que se toman con efecto a corto plazo.

    Aquí se encuentran las determinaciones que prioriza el Papa. En el registro táctico, el Papa tratará de no resignar decisión alguna. A él está reservada la designación de sus colaboradores reales, la influencia en procesos eleccionarios inmediatos, el beneplácito actual de los medios de comunicación, la gestión económica que estime decisiva, las operaciones políticas que le interesan, etc. De modo general, el Papa debe tener la posibilidad de intervenir, si así lo desea, en cualquier tipo de determinación. 

    Los acostumbrados operativos de prensa abonan el relato de un Papa reformador, que lleva adelante cambios irreversibles en todas las áreas de la Iglesia. Y que quienes se oponen son conservadores minoritarios, pero poderosos, anclados a estructuras caducas de las cuales se benefician. Aburre un poco la repetida generación de expectativas de cambios drásticos, que sistemáticamente terminan en nuevos partos de los montes. Es que la renovación permanente de los operativos de prensa es parte del corto plazo. Periódicamente deben surgir enemigos nuevos, gestos sorpresivos y grandes cambios esperados, cuya publicidad mantenga viva la importancia del líder

    El acento por la táctica es también un problema de limitación, común a la mayoría de los humanos. Son pocos los hombres capaces de decisiones que marcan una huella profunda y duradera. La mayoría somos mediocres, que vamos actuando según nuestras posibilidades.